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EL MITO DE ECO Y NARCISO - Ana Matheu


Según la mitología griega, había una vez una náyade muy hermosa. Se llamaba Liríope. Un día, mientras ella se bañaba en el río Cefiso, el dios del río la violó y la dejó embarazada. En aquellos tiempos vivía también un famoso adivino ciego de la ciudad de Tebas, Tiresias, al que mucha gente acudía cuando tenía dudas o preguntas y él les proporcionaba respuestas que venían de los dioses, los oráculos. Liríope quería saber cuánto tiempo viviría su hijo y fue a preguntarle. Él le respondió que su hijo llegaría a vivir su vejez solo si no llegaba nunca a conocerse. El niño nació y se convirtió en un muchacho tan bello como su madre, por lo que muchas jóvenes se enamoraban de él, pero él era incapaz de sentir lo mismo por ellas y las rechazaba. El joven se llamaba Narciso (del griego Narkisos, que proviene de “narke”, aturdimiento).

Un día, cuando este tenía 16 años, una ninfa llamada Eco le vio. Esta ninfa había presenciado como Zeus se acostaba con otras ninfas, pero por miedo, no habló cuando Hera le pregunto sobre el tema, quien, enfadada y cansada de las infidelidades del marido, la maldijo. Desde entonces, Eco era incapaz de hablar por sí misma, estaba obligada a repetir las últimas palabras que hubiese oído. 

Eco quedó impresionada por la gran belleza del chico y decidió seguirle mientras él iba de caza con sus compañeros. En un momento, Narciso se separó del resto del grupo, y cuando se dio cuenta, gritó:

 - “Hay alguien?”-

Eco no tuvo más remedio que repetir - “Alguien?”-. Narciso no la veía y se empezó a poner nervioso así que dijo - “Por qué huyes de mí?”- y ella dijo lo mismo.

 - “Aquí, reunámonos.” – dijo él.

Eco, entonces, salió de entre las plantas, corrió hasta él y le abrazó para confesarle su amor, ya que no podía expresarlo con palabras. Él no se lo tomó bien: pensó que se trataba de alguna broma pesada.

Ofendido, dijo: - “Quita esos brazos de mí, prefiero morir antes que tenerte”- y se apartó. 

Eco, triste y ofendida por el rechazo, se marchó corriendo por la maleza y se dice que después de eso, se quedó viviendo en cuevas solitarias donde su cuerpo empezó a adelgazar tanto que pronto quedaron solo huesos y voz. Los huesos formaron después una piedra y se deshicieron. La voz perdura hoy en día: es el sonido que oímos cuando vamos a las montañas y gritamos algo. El viento se lleva las palabras pero Eco las devuelve. 

En cuanto a Narciso, tampoco tuvo un final feliz. Él seguía recibiendo propuestas y confesiones de guapas jóvenes, que eran todas rechazadas. Una de ellas, alzó las manos al cielo y dijo: - “Oh dioses, escuchadme, porque al igual que Eco, yo amo a Narciso, pero él no me corresponde.”-

Némesis, diosa de la venganza, que además era amiga de Eco, escuchó la oración y decidió actuar. Ella estaba al corriente de lo que le dijo Tiresias a su madre y le maldijo para que él también se enamorara de alguien y no pudiese amarlo. 

Un día, Narciso caminaba por el bosque cuando decidió pararse a descansar en un lugar hermoso q encontró. Aquel lugar tenia grandes arboles y rocas y contaba con un pequeño río de aguas limpias y lúcidas. Se inclinó hacia el riachuelo para beber cuando vio a un apuesto muchacho en el fondo del agua. Narciso se quedó aturdido de tanta belleza y dijo: -“Cuando muevo mis manos, él también las mueve. Cuando muevo mis labios, él también los mueve. Yo le deseo y él a mí. Es tan hermoso que me enamora, pero me doy cuenta de que ese soy yo, mi reflejo. Es una locura, pero le amo.”

Se quedo mirando su rostro, pero cuando comprendió que no era más que un reflejo de su belleza empezó a llorar. Las lágrimas caían lentamente por sus mejillas hasta caer en el agua, perturbando la imagen. Entonces, ya que no podía verse bien, perdió el control: rompió sus ropas y se golpeó el pecho. En el agua podía ver el pecho de su amado rojo. No pudo soportarlo más y murió.

Su cuerpo cayó sobre la hierba y se deshizo. Sus últimas palabras fueron: - “Adiós, joven amado”-

Eco, que lo había visto todo desde su cueva, se compadeció, a pesar de estar todavía ofendida.

Se dice que cuando llegó al Inframundo, en el río Estigio siguió mirando su reflejo.

Cuando sus amigos lo encontraron, hicieron una pira con sus cosas y sus ropas, pero no encontraron el cuerpo: en su lugar había una pequeña flor amarilla y blanca, a la que hoy en día se la sigue llamando narciso.





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